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Radio Adentro


Día uno


-En mi relato voy a incluir esa risa burlona que esbozás cuando me ves así- fue lo primero que dijo esa mañana.


-¿Querés café?- le ofrecí.


Cada vez que se ponía en el rincón un manto de creatividad irradiaba todo lo que pasaba. En el fondo me generaba una tremenda nostalgia del porvenir, pero lo que me salía era una risa ridícula. Seguro eran los nervios o la ansiedad de todos estos días.

Sentía que con ese lápiz tenía el poder de crear una realidad más jugosa y que en esa hoja existía la posibilidad de anticipar la mejor combinación de supuestos en esas horas amontonadas.


-¿No querés que apague la radio?- Fue mi segunda oferta.


Todo empezaba a ser un cúmulo de preguntas y las respuestas iban rebalsando la individualidad de cada una, pero sin poder salir todavía. Después de un lánguido rato, se levantó y en forma de respuesta subió el volumen de aquella radio ovni que venía resistiendo ya muchas mudanzas. Las capas sonoras se empezaron a suceder como si la partitura ya estuviese escrita. La radio, con sus ondas rugosas, se volvía una compañía expansiva. Se hizo un silencio que confirmó la partitura, ocho tiempos clavados en los que dejó de sonar todo, el aire se lo comió absolutamente todo. Primero la sorpresa, luego la duda desembocando en incertidumbre.


-Levantale la antena y girala a la izquierda- fue lo que quebró bestialmente el silencio. La radio comenzó a hablar, y descansamos en la calma de lo único que acercaba ese afuera que estrepitosamente se deformaba sin dejarnos lugar.

Ahondando en el recuerdo, como si buscara algo más, le dije:


-Acabo de acordarme cuando vimos el puercoespín y te pusiste a llorar.


-No me acuerdo que haya llorado. ¿No habrás sido vos?


-A mí no me dan miedo los puercoespines.


-No sólo se llora por miedo.


La luz de afuera se retiraba con un ritmo imperceptible pero constante, sentía que con ese mismo ritmo la escritura se tragaba sus deseos más salvajes, o quizás era al revés. Me miró, pensé que iba a seguir con lo del puercoespín.


-¿Quiénes escribieron antes nuestra historia? Lo que nos pasa, digo… La escritura como el acto más subversivo de hacer tangible lo que nos pasa adentro. La historia de la poesía de nuestras existencias, ¿dónde la encontramos?... ¿Entendés?


Le hice un gesto casi indescifrable, como si no me animara a responder tan corpulenta pregunta o quizás lo interpretó como si no hubiese entendido. La verdad es que me gusta mucho cuando me pregunta así de raro. Como que deja entrever su visión íntima y afortunada. Me deja encandilada una vez más con su sortilegio. A veces era tanto lo que lanzaba que no podía hacer más que permanecer absorta en un silencio retórico.


Día dos


Estaba nuevamente en su rincón y yo me acerqué velozmente porque desde el baño pensé que lloraba. Pero era la radio la que lo hacía. A veces me detengo a pensar en la animación de los objetos, en si eso tiene un límite o en la carga que podemos ponerle a cada uno, un abanico de simbolismos superpuestos. Imagino luego cómo un objeto nos puede acercar a casa, recordar un viejo amor, o despertar una serie de elementos desencadenantes que podrían ocupar una tarde entera de anécdotas.


Por ejemplo, cuando era chica en mi cartera llevaba un revólver de juguete. Tuve que ser exhaustiva e insistente para conseguirlo, combatiendo minuciosamente discursos enfrascados que permitían tal necesidad a los niños varones, pero no a mí. Cada vez que salía lo llevaba en mi cartera, con la certeza impoluta de quien se siente con las herramientas para defenderse de cualquier agresión acechante. Así no solo podía disfrutar de un helado o de mi mañana en el jardín, sino que podía proteger a mi mamá con mi sana valentía. Pensar que el feminismo se encontraba agazapado en un arma de juguete escondida en la cartera de una niña de cuatro años.


Ya había pasado toda la tarde y ella seguía en su rincón, cuando con su mirada afilada rompió aquel manto y se despegó de ese suelo que le hacía de sostén. Era lo que salía de la radio lo que la impulsaba y nos gustaba tanto la canción que por esos tres minutos y medio logramos disociarnos del afuera, entregadas por completo a lanzarnos al abismo de un precipicio inminente.


“Dos días en la vida” de un ruliento y joven Fito Páez, seguía sonando en la radio como si pudiera abarcarlo todo. Canción que nos había interpelado e incitado desde distintos lugares y que ahora volvía con una suerte de casualidad presentida. Cada vez resonaba con más intensidad la melodía y acompañando eso, cantábamos cada vez más fuerte.


Me gusta cómo con su perfecta desafinación deja empapado el aire de disfrute. Me gusta su cara con manchitas de vergüenza y gozo. Me gusta su pelo, me gusta su lengua, me gustan sus ideas. Deseé que la canción no acabara nunca.


Era el momento, la canción terminó y con ella una angustia existencial se instaló en el ambiente. Ya era tarde, la noche a veces trae más que oscuridad y el silencio que la acompaña aturde en preguntas. Igual creo que lo que más me incomoda de la noche es su obstinada obsesión de marcar el afuera y el adentro.


Volvió a su rincón, pero esta vez para acomodar de manera desprolija y desordenada como quien deja inconcluso algo, como leudando la masa del pan. Mientras, seguía tarareando la canción como sin querer dejarla ir.


-Siento el tiempo muy distorsionado, no sé cuánto estuve ahí- señaló el rincón -Me duele todo el cuerpo. Cuando escribo nunca sé si profundizar en los recuerdos o en los sueños, y quedo ahí media trabada sin poder desarticular todo eso que se pisa como apurado y desobediente.


-Mis sueños son recuerdos.


Le dije eso y no entendió del todo a que me refería. Y en ese no entender nos sujetamos a un atisbo de ilusión que se escondía en el no saber.


- ¿Querés café?


-Sí.


Apagó la radio dejando entrar el sonido de la noche, ahora el límite con el afuera se tornó más confuso. Tomamos nuestras tazas de café sintiéndonos sumergidas en aquellos recuerdos que empezaban a acontecer.


 

✏Mary Ros. @.maryros.

🖌 María Lipchak @merielip

🎧 Fito Paez ft. Celeste Carballo- Dos Días en la vida


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