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Ella baila sola

Updated: Jun 18, 2020

A mis treinta y ocho todo eran certezas. Con mi modesto sueldo de empleado en una librería pagaba mis expensas y las cuentas. El resto lo volcaba a las delicias de la vida urbana; conciertos, música, restaurantes, cafés, cine, teatro, libros, vinos. Tenía la curiosidad de conocerlo todo, unida a una total esterilidad creativa; excepción hecha por la redacción de mi tesis sobre teoría política medieval que, en rigor, no pasó de ser un ejercicio de "cortar y pegar" a gran escala, eso sí, con gran cuidado en disimular los tránsitos entre una fuente bibliográfica y otra. Un ejercicio académico sólido, tan meticuloso y perfeccionista como aburrido.


Si bien tenía un pasado Pop a mis espaldas, mis preferencias musicales se decantaban por la música académica (principalmente barroca). Un circuito de charlas, conciertos, presentaciones, museos. En suma, el eterno retorno de lo mismo. Era sólo cuestión de disfrutar todas las diversiones de la gran metrópoli, pagar cuentas y continuar manejando de manera indiferente y reposada en una línea recta lanzada directamente al infinito.


En este paisaje monótono apareció Gus.


Sus acciones cuestionaban de manera absoluta mi forma de ver el mundo y de actuar en él. Las certezas se derrumbaron. La gastronomía pasó de ser algo exclusivo del ámbito doméstico o de los bares a una ceremonia que podía tener lugar durante un atardecer en un parque o en una avenida en plena madrugada. No había en absoluto una actitud desafiante, sino mas bien otra forma de habitar el mundo. Incorporé hábitos nuevos, y mi comprensión del mundo se amplió. El pensamiento, lejos de estar separado del cuerpo, lo incluía.

Una noche estrellada y fría debajo de una pérgola en la calle Cervino me dijo, mientras tomábamos una cerveza


- Fue telonera de Madonna. Te va a gustar.

- ¿A ver?


Fue en ese preciso instante que volví a sentir la misma emoción que cuando contaba con muchos pero muchos años menos. Otra ampliación de horizonte...


El tema era Dancing on my own, de la sueca Robyn. Tenía esa mezcla de drama & discoteca que siempre me subyugó y, en el caso particular de esta canción, puedo asegurar que marcó un hito en el disfrute de este tipo de música y, en particular, del placer que proporciona bailar fuera de contexto o, mejor, ampliar los contextos de disfrute del cuerpo. La calle se había transformado en una discoteca. Tiempo después, un amigo musicólogo me hizo notar que esas bases de música electrónica que tanta alegría me proporcionaban eran, ni más ni menos, el correlato contemporáneo del sonido del clave en la música barroca.


Hoy escucho esta canción recluido en mi estudio. Me acompaña una pila de CDs (Anne Sophie Mutter, Nina Simone, Cesaria Evora, Madonna, otres...), mi libreta, algunas pinturas y esculturas, un libro de Rothko en el piso, apoyado contra una pared. Llueve y no fue una semana fácil. Como tanta gente en el mundo, tengo incertidumbre en relación a mi futuro laboral y a la continuidad de mis ingresos. La existencia quedó en suspenso. Sin embargo, tengo la certeza de que hay cosas inherentes a la condición humana que son inextinguibles: compartir una comida, mirarse a los ojos, tocar la piel de alguien, escuchar música.

Apago la luz y bailo. Suena Robyn.




 

Maximiliano Valoroso @mgvaloroso

🖌Gustavo Berlin @gustav_berlin









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